Martin Luther King
Hace años, leí una fábula que, por sencilla, me cautivó. Contaba cómo una luciérnaga huía atemorizada de una serpiente que no cejaba en su intento por perseguirla y darle caza. La luciérnaga no comprendía el papel que desempeñaba en aquella historia, pues, ni estaba en la cadena alimenticia de la serpiente, ni la había ofendido en modo alguno. Tras varios días de persecución, la luciérnaga se detuvo y preguntó exhausta a su perseguidora el porqué de aquel sin sentido, y esta segunda respondió con un sincero: «no soporto verte brillar». Se trataba de la fábula de Esopo «la serpiente y la luciérnaga».
Intrigada por la trayectoria del autor, lo único que saqué en claro de su vida es que vivió en torno al siglo VI antes AC, pero tanto su nacimiento como su vida no son más que una mezcla de leyendas populares que fueron tomando forma hasta terminar por estancarse hacia el final de la Edad Media. Sin duda, sus fábulas, tienen un trasfondo psicológico que, de una u otra manera, pueden ayudarnos a comprender la naturaleza de la condición humana.
De vez en cuando nos despertamos
con la desgarradora noticia de algún niño o adolescente que se quita la vida
para poner fin a la persecución que sufre por parte de algún imbécil que se
siente amenazado por la luz que irradia.
El bullying es una silenciada lacra
que está dejando al descubierto las carencias de una sociedad que no sabe o no
quiere tomar las riendas de lo que sucede en colegios e institutos, y que está
ignorando que nuestros chavales son luciérnagas o bestias.
Los primeros representan la
diferencia; son la diversidad, el cambio, la curiosidad, la belleza, la
fealdad, el alto o el bajo, el gordo o el flaco, el miope, el que lleva
ortodoncia, el soñador, el que, sencillamente, no encaja. Sin saberlo, llevan
en su interior el peso del futuro, pues solo lo diferente evoluciona; lo igual,
se estanca. Desde las instituciones se les anima a hacer pública su condición sexual,
a que acepten su cuerpo tal y como sea, pero el caso es que quedan expuestos
sin nadie que les proteja.
Los segundos, son los
neandertales, los que están anclados en su miedo al cambio, los que desprecian
a los que son diferentes, los que se rodean de tontos como ellos que les ríen
las gracias por miedo al rechazo. Tras un inocente «son cosas de niños» se
esconden las futuras bestias, o como yo les llamo, «los imbéciles».
¿A qué estamos esperando?, ¿a que
con el tiempo se conviertan en maltratadores?, porque eso es lo que va a
ocurrir, ¿y después qué?, ¿nos llevamos las manos a la cabeza? Es muy triste
que «el imbécil» se oculte tras un incomprensible proteccionismo que se le
niega muchas veces a la víctima, dispensado por padres asustados, psicólogos
que se pierden en sus incomprensibles formularios, y profesores desbordados o
hastiados.
Porque vivimos en un mundo aciago y gris, donde el mal campa a sus anchas,
yo les digo a las luciérnagas: ¡reaccionad!, la ley del silencio solo beneficia
a las bestias, no podéis permitir que se apague vuestra luz, porque sois la
evolución. Sin vosotros ya no quedarán artistas,
escritores, pintores, navegantes, investigadores, estadistas, deportistas. Sois
el futuro, por eso os temen. ¿Y ellos?, ellos, no son nada. Imbéciles nada más.
¡Romped la ley del silencio y brillad con más fuerza aún!, ahora sabéis cual es
la debilidad de la bestia: sin vosotros, el imbécil ni siquiera es capaz de ver
su propia sombra.
Escribir es defender la soledad en la que vivo. María Zambrano.